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Soy una sesentona con alma de colegiala.

2010/05/09

Enigmática

Hola, soy Mensa o Carmen


“Estamos esperando a alguien”, le dijo María José al camarero cuando se le acercó amablemente a pedirle la silla que sobraba, pues había tres y sólo dos personas en la mesa de la terraza del Rincón Plácido Fleitas, en el Casino La Unión en la Plaza de San Juan de Telde.
María José recién había cumplido los cuarenta y dos años y físicamente se encontraba muy bien. Tenía los ojos color miel, su pelo era castaño y ondulado y la cara redondita, nariz respingona y con una boca no demasiado grande para su gusto con unos labios carnosos que le compensaban ese pequeño tamaño bucal que le hubiera gustado tener… Todos los días, a la tardecita, después de su jornada laboral, iba al Polideportivo Municipal Paco Artiles a practicar gimnasia y también natación, lo cual la mantenía en plena forma física, y psicológicamente se encontraba muy bien, después de tanto tiempo, pues muchos años de su juventud, se sintió como una auténtica vieja…El caso es que en estas sesiones del gimnasio conoció a Diego, un chico de unos veinticinco años, con los ojos negros como el azabache, pelo rizado, y cuerpo atlético, no en vano practicaba deporte desde que era un niño, primero en el equipo de fútbol de su barrio, y ya, de adolescente, formó parte de uno de baloncesto. Esa preparación se notaba, ¡Vaya si se notaba! , pues estaba como un tren.
Casi todos los días, al salir del gimnasio, lo hacían juntos, y uno de esos, en que María José tenía el coche averiado, quedó con su hijo, un chico muy guapo, para ella el más guapo, vivo retrato de su padre y el mejor regalo que pudo hacerle. Este estaba esperándola a la salida del gimnasio, el cual se llevó una sorpresa cuando la vio junto a Diego, pues le conocía de la Facultad, ya que ambos compartieron algunas Optativas y de Libre Configuración en su carrera, y a raíz de ello iniciaron una bonita amistad.
Como ninguno de los tres tenían mucho que hacer, decidieron ir a tomar algo para celebrar que hacía tiempo que los dos amigos no se veían. Cuando terminaron, y como Diego no tenía coche decidieron llevarle hasta su casa en el barrio de Lomo Magullo, pues de lo contrario, tendría que ir en taxi, o esperar a que algún vecino le llevara, ya que la última guagua sube a las diez y diez…
Cuando se despidieron, Eloy le dijo a Diego que cuidara de su madre, pues era lo que más quería en este mundo, ya que al ser hijo único, que apenas mantenía contacto con su padre, y no quería que nadie le hiciera daño.
¡Vaya!, parece que me fue premonitoria aquella recomendación de Eloy a su amigo, pues a medida que pasaban los días, el acercamiento que había entre María José y éste, se acrecentaba con el tiempo, hasta que empezaron a germinar en ellos unos sentimientos que hasta ahora no habían experimentado. María José desde hacía mucho tiempo, y Diego, desde que su novia de más de tres años de relación lo dejó por un amigo con el cual siempre salían juntos para los cumpleaños, acampadas, y alguna otra fiesta más que se presentaba.
María José se mostraba reacia a aceptar aquellos sentimientos, más que nada por la diferencia de edad, pero sobre todo porque era amigo de su hijo, y eso , eso le iba a traer problemas a los tres; no obstante, ahora más que nunca deseaba que llegara la hora de ir al Polideportivo porque sabía que se iba a encontrar con la persona que la hacía sentir viva desde hacía mucho tiempo, quizá la única vez que se sentía viva, pues su marido, la trató siempre como una auténtica cucaracha, y sólo aguantó, como suele hacerse siempre, por el qué dirán, y porque no disfrutaba de esa independencia económica que tanta falta hace para poder sentirte un poco más libre, y también, y lo más importante, porque no quería que su hijo, perdiera el contacto con su padre, pues al fin y al cabo, siempre fue un buen padre, muy cariñoso con su Eloy; bueno, siempre, hasta que se hizo adolescente, y empezaron las desavenencias y los encuentros entre ellos eran cada vez menos frecuentes.
A medida que pasaban los días, las salidas nocturnas de María José se sucedían, y cuando su hijo le preguntaba que a dónde iba, ella que no acostumbraba a salir de noche, le decía que había entablado relación con un grupo de compañeras en el Polideportivo, que estaban acostumbradas a salir de vez en cuando y que la invitaron a agregarse al grupo. Eloy la animó, pues no todo iba a ser trabajo y estar en casa y ver tele para distraerse, pues él también salía, y ella pasaba mucho tiempo sola.
Pero María José no iba con esas compañeras inventadas para disimular, sino que cogía su coche, y se iba con Diego, ese hombre que la tenía loca de atar, pues se lo repetía todos los días, pero no podía renunciar a esa manera de tratarla, a esos besos tan tiernos a veces, y apasionados la mayoría, y que la transportaban a la mismísima gloria. Él estaba encantado con esta situación también, pues jamás pensó que iba a sentir algo parecido por una mujer que casi podría ser su madre, pero que siempre terminaba diciéndole que no lo era, pues el condenado tenía un gran sentido del humor que a María José le encantaba, claro.
En una de esas furtivas citas, decidieron que esta situación no podía seguir así, y que, se sentirían mucho mejor si se lo comunicaban a Eloy, pues estaba cansada de mentir, cual si estuviera cometiendo un delito, cuando el único delito que había cometido, había sido enamorarse como una quinceañera.
Quedaron en que se lo comunicarían en un ambiente distendido, pues le chocaría mucho llevar a Diego a casa, así que decidieron quedar en el rincón Plácido Fleitas para que la recogiera, alegando que su coche estaba averiado, solía pasarle a menudo. Cuando llegó Eloy, se encontró con la grata sorpresa de que allí estaba también Diego, lo cual le encantó, y le dio las gracias cuando llegó, y también le dijo que menos mal que estaba allí, pues que no quería que su madre estuviera sola a tan altas horas de la noche…
Tanto María José como Eloy estaban visiblemente nerviosos, y los dos se miraban con esa mirada cómplice tan típica de los enamorados; él no dejaba de fumar como un carretero y ella porque se le trababa hasta la lengua cuando intentaba hablar algo, a veces incongruente con su hijo. Eloy le dijo que ya que la fue a buscar que por qué no le invitaba a una hamburguesa y en casa se tomaría un vaso de leche y una fruta y ya estaría cenado, a lo que a ella accedió muy amablemente.
Una vez se hubo zampado la hamburguesa, y mientras hablaban de cosas triviales mientras esto sucedía, Eloy le dijo a su madre que ya era hora de irse, pues al día siguiente tendría que madrugar.
El silencio no se hizo esperar, a la par que una nueva mirada cómplice de los dos enamorados. Fue en ese momento cuando María José le dijo a su hijo que tenía que hablar con él muy seriamente, a lo que éste le contestó que si se había enterado si había cometido un delito o algo parecido, y ella le dijo que no, pero que en ese mismo momento no sabía si lo que le iba a comentar era más serio que eso. Eloy comenzaba a preocuparse y le dijo que no se anduviera con rodeos y que le dijera lo que tenía que decirle de una puta vez, palabras textuales, usando un vocabulario nada acostumbrado en él, y mucho menos para dirigirse a su madre. Diego salió al paso para defender un poco a María José, pues la responsabilidad era de los dos, y lo primero que hizo fue reprocharle esas palabras, pero Eloy le dijo que tenía prisa y que ella sabía que tenía que madrugar al siguiente día.
Su madre, en ese preciso momento comenzó a llorar como una Magdalena, y Eloy la tomó de la mano y le dijo que le disculpara, que estaba nervioso, y que además tenía, frío, menos mal que estaba allí la sombrilla para protegerles un poco, pero que ya no podía aguantar mucho más y que le dijera de una vez lo que tenía que decirle. Diego se dirigió a él y le dijo que eso no sólo se lo tenía que decir ella, sino que le incumbía a los dos, y lo cual no era otra cosa que…que su madre y él estaban enamorados y que no querían seguir ocultándoselo. Eloy se quedó cuasi petrificado, y, por descontado, no daba crédito a lo que le había dicho Diego, su amigo de la Facultad, con el que tantos buenos ratos había pasado, y ahora se iba a convertir en su padrastro… ¡No se lo podía creer! Le preguntó a su madre que si era una broma y que hoy tampoco era día de los inocentes, y ya ésta, no le quedó más remedio que confirmárselo, pues no aguantaba más. Su hijo se dirigió a ella y le dijo que si éste, mientras señalaba a Diego eran las compañeras del Polideportivo, a lo cual ella asintió.
Ya hasta se le había pasado el frío con el notición y pidió a Enrique, el camarero de toda la vida del Casino, una tila para tranquilizarse un poco. Mientras llegaba esa tila le increpó a Diego que confiaba en él, y que nunca pensaba que fuera a hacerle una faena como ésta, a lo que él le contestó que lo sentimientos no conocen de edad, y que nunca se había sentido tan bien desde que tenía esta relación con María José. Su madre lo único que hizo fue hacer propias las palabras de Diego.
Cuando llegó Enrique con la tila, Eloy se la zampó tan rápidamente como pudo, para que le hiciera efecto lo más pronto posible, pues estaba a punto de estallar. Una vez hubo terminado, se dirigió a su madre y le dijo que ya si que no podía esperar más, y que se iba, no sin antes echarle una mirada de esas que matan a su amigo Diego. María José se levantó y, dirigiéndose a éste, le dio un beso en la mejilla y le dijo que ya se verían al siguiente día.
Lo que duró el trayecto desde la Plaza de San Juan hasta Mar Pequeña, el barrio donde vivían María José y su hijo, no pronunciaron palabra, pero en cuanto llegaron a casa, empezaron a discutir como no lo habían hecho nunca, sobre todo Eloy, con reproches, que si qué dirá la gente; en fin todas esas cosas que se dicen cuando se está dolido y extrañado al mismo tiempo con una situación que él no se esperaba ni deseaba.
Una vez que se hubo calmado le preguntó a su madre los planes que ella y Diego tenían, y ésta le dijo que, probablemente Diego se vendría a vivir con ellos. Eloy no daba crédito a lo que le decía su madre, ¿Cómo iban a vivir juntos? María José le dijo que no había vuelta a tras, pues su trabajo estaba muy cerca, y toda su vida la tenía allí, y que Diego no tenía trabajo estable y no podía permitirse pagar un alquiler y mantener la casa familiar. ¡Nooooo! Eloy no podía consentir eso, era su casa, y se iba a venir su amigo, para hacer vida marital con su madre. Era inaudito, parecía que todo era un sueño, peor, una pesadilla; pero no, era la realidad más pura y dura, al menos para él, pues ya su madre había tomado la decisión y no iba a volverse atrás.
María José le dijo que no tenía nada que reprocharle, que siempre había sido una madre ejemplar y que bastante mal lo pasó con las múltiples humillaciones y vejaciones que recibió mientras estuvo casada con su progenitor, y que él tanto conocía. Ya iba siendo hora de empezar a vivir una nueva etapa con la persona que, después de tanto tiempo la hacía sentir viva, y no como se sintió los años de convivencia con ese hombre que tanto mal le había hecho.
¿Para cuándo será la mudanza? le preguntó Eloy con algo de sorna a su madre, a lo que ésta le respondió que lo más pronto posible, pues no quería que su hermano creciera sin el cariño de un padre.

Mensa Santana

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